martes, 29 de marzo de 2022

Lo extraño de la melancolía.

Hace tiempo que tengo una sensación extraña, como de nostalgia; algo que no sé a lo que relacionar. Algunas noches paso horas mirando al techo, pensando en los errores de mi vida, los más minúsculos, como aquella vez que no supe interpretar unas palabras amables, y los más grandes, como aquella en la que corté con mi novia por teléfono.

Estos días estamos viendo una serie (mi novia y yo) sobre una chica que quiere vivir aventuras, ser especial, disfrutar al máximo, porque se niega a ser pequeña e insignificante, una persona más que hace lo que todos hacen, una vida disfrutable pero a la vez inadvertida. Y me ha hecho pensar en qué he hecho yo y qué me queda por hacer. Me ha traído esa melancolía de crecer y dejar la vida atrás.

Muchas noches pienso en mis años de instituto y la gente que conocí y siempre creí que tendría cerca, las personas que han pasado por mi vida y que tomaron otros caminos, los momentos que quizá no aproveché al máximo y que se perdieron para siempre en el tiempo. Algunas noches me siento perdido, y fruto de esos pensamientos es el poema que hoy quería compartir.


Extraño.

Qué absurdo el insípido quiste
que embalsama los pájaros del sueño.
Qué obsceno el constante empeño
por abrir la herida supurante,
por cerrar los ojos destronados,
los labios desnudos de besos,
los brazos huérfanos de abrazos,
la ira estéril de la lluvia.

Es como volver a apagar la luz
de los párpados sin dueño,
como volver a encender la llama
de las lágrimas del cielo,
de la piel, seca por la soledad,
del cuerpo sin vida de la esperanza.


jueves, 21 de marzo de 2019

Sin título


Llora el cielo sobre la tierra extraña que envuelve con su rutina.
Llora sobre los párpados mojados por su lluvia…
Cae el eco de su vástago sobre las calles asfaltadas de alquitrán.
Es tan extraña esa sensación. Y tan cotidiana…

La lluvia se vuelve amable sobre los charcos, impasible titán bajo los focos que descarados asustan a los duendes que habitan los rincones más vacíos de las calles de este lugar.
Siempre sucede lo mismo, los recuerdos de un tiempo mejor florecen bajo las gotas frías de la oscuridad. Es como si la lluvia que impregna con su húmedo cántico las lunas de los coches, calara hasta el fondo de mi ser, regando con su aroma melancólico la felicidad que me mantiene en pie. Ojalá supiera cómo podar los esquejes de mi mente, que libres de las guías de la razón brotan e invaden cuanto el tiempo hubo conquistado con paciencia y dedicación. Ahora es todo una maraña impenetrable de retorcidas enredaderas.

Ya no entiendo nada. Bueno, sí. Eso es lo peor. Me obceco en mi propia desgracia, en estos momentos de hacerse un ovillo y tumbado en la cama no pensar en nada. O pensar en todo y echarlo de menos. Entiendo cada motivo de las circunstancias, y aún con todo, no puedo evitar ser yo. Equivocarme, querer algo imposible a todas luces.

Supongo que uno nunca aprende a fracasar. A ser sincero con uno mismo. ¿Es tan malo querer que todo salga bien? A veces siento que ofendo al destino solo con desearlo. Siempre es más cómodo esconder las nubes dentro y hacer que brille el sol afuera que dejar que entre la luz y disipe la oscura cicatriz del alma.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Un paréntesis.


Reposa en calma el tiempo entre tus ramas tras el jolgorio que enmudecía a la rutina de las calles desiertas y las ventanas cerradas. Las cadenas que ayer mecían a las generaciones más jóvenes solo bailan ya sutiles a merced del viento, ese mismo que corre entre tus dedos, entre las hojas lejanas de los chopos que acompañan al sonido de los pájaros que sobre ti se posan. Las viejas porterías no encajarán ya más balones en los meses venideros, ya no sentirá la tierra las pisadas fuertes y enérgicas, ni escucharán las piedras los gritos de rabia y risa.

Tus ramas volverán al sosiego de los días que preceden al otoño y todo aquello quedará congelado, suspendido en el invisible vaho de la rutina de puertas cerradas y calles vacías, esperando que alguien al menos se acuerde de regresar, y volver a hacer sonar las campanas de la iglesia, y vivir esos días de júbilo en los que vuelven a estallar las carcajadas, los corros en el césped, los derrapes de las bicis, los balones en el poste y en los que el silencio solo es un paréntesis en el recuerdo lejano.

domingo, 12 de noviembre de 2017

A simple vista.

Tengo alma de curioso. Me gusta analizar todo aquello que veo, elucubrar sobre su origen, ir más allá de lo que mi ojo percibe e imaginar qué verán otros mirando lo mismo que yo, porque siento que así me acerco un poco más a la verdad oculta de las cosas, lo que subyace tras esa cáscara empírica, la pureza limpia de mi interpretación.
Es algo que hago inconscientemente, me gusta mirar un edificio y no solo ver un edificio, sino ver su interior, la gente que lo está habitando, imaginar que dentro están teniendo lugar las historias de tantas personas diferentes. ¿Cómo puede un simple cubo de cemento y ladrillos contener algo tan valioso? Me gusta ver esas cosas simples y sacarles el jugo, eso que tienen de único y especial.
Pero a veces el alma, cansada por el ajetreo de intentar comprender hasta el más mínimo escenario, necesita un instante de paz, un momento de inanición en el que simplemente se deje llevar por el color de un paisaje, el olor de un momento o la textura de un instante único e irrepetible…
A veces es necesario dejar todo ese ruido de lado, apartarlo por un momento y disfrutar de lo que se ve a simple vista.

miércoles, 8 de febrero de 2017

El amor moderno.

A veces alzo la mirada a la noche, en busca de respuestas, en busca de aquel adalid que guíe mi camino entre las sombras que tintinean. Comprar una estrella es como comprar humo, gas incandescente para ser más precisos. Pero aun así hay gente a la que le gustan esas cosas, que ve aquello como un acto romántico puro. Pero ¿no es más puro -y menos egoísta- tumbarse en el suelo y observar cómo brillan y parpadean, y algunas desgarran la tela por un instante, comprendiendo y saboreando con la punta de los labios su magnitud y su libertad?
A veces parece que el amor no es más que un motivo para comprar y consumir; gastar dinero para demostrar que aún estas enamorado. O enamorada. Ya casi nadie gasta esfuerzo de verdad en escribir un poema o componer una canción. O simplemente un dibujo, un detalle que haya salido de tus manos y no de un anuncio que viste en una revista o en una web.
Ya no vale el "se creen que la gente es estúpida", porque la gente ha demostrado que es todo lo estúpida que los vendedores le pidan, que no va a gastar tiempo de su preciada vida en un regalo si lo puede hacer otro con más calidad. La gente ha demostrado que el amor se ha convertido en una mera ocupación, estado social, algo de lo que presumir o con lo que excusarse.
El dinero no compra la felicidad; el dinero solo pudre a las personas que creen que tienen todo lo que puedan desear. Pero en realidad solo tienen dinero.

sábado, 1 de octubre de 2016

El epílogo del placer.

A veces la mente se esconde en los susurros inadvertidos del pensamiento, y observa cautelosa la sangre en las heridas, intentando prever que sucederá después. El imparable corazón bombea más de ese líquido vital, enviándolo más allá de su alcance. El metafórico escenario se transforma en punzantes dolores, dolores reales que uno siente en lo más profundo de su ser. La desdicha se apodera del cuerpo desganado que entonces comienza a vagabundear por los corredores de su existir. El recuerdo llega, reviven los momentos grandiosos, reavivan una llama que, para empezar, nunca debió estar allí. El candente fuego comienza a quemar, a romper las cuerdas que ataban nuestra moral, que mantenían lo poco que uno es. La miseria desborda el recipiente maldito y converge con el resto de nuestro universo, manchándolo de negro.
Son instantes que todo el mundo vive, que todo el mundo sufre, muchos en silencio.
Maldito placer que hace que el dolor se materialice, maldito dolor que desborda siempre al placer y le da la vuelta. Maldito ser humano, que solo ve lo que tiene delante, y se deja llevar. Maldito cuerpo inútil que siente dolor al golpearse, maldito espíritu inútil que siente dolor al ser golpeado.
Maldito momento en que uno decide dejar de sentir.


lunes, 21 de marzo de 2016

Por fin.

He vagado por las frías calles del invierno y he visto la nada desahuciandolo todo. El solo espíritu de las almas que una vez creyeron que el azar era algo más que la más sórdida casualidad, corría inmóvil sobre la gruesa capa de hielo que aislaba el Cielo de la Tierra.
He sucumbido en pequeñas dosis al letargo de mi agonía, que se manifiesta día y noche en las pupilas de mi existencia. Solo yo. Solo solo. Solamente. He visto en los cristales la fina pátina de la vejez, el fino hilo de vida que algún día acabará también cayendo, subiendo al exterior, vencido por los golpes y el maltrato de un dueño que no cesa.
Pero al final es la esperanza, que siempre llega como un gran aluvión que todo lo arrastra, que a todo lo muerto excita, y a todo lo vivo invita a volver a renacer, la que llega presurosa en una pequeña bola de cristal, como advirtiendo un futuro mágico, una bienvenida carnal en un mundo de sentidos. Un estallido de una bomba que grita en su interior.
Por fin.