Reposa en calma el
tiempo entre tus ramas tras el jolgorio que enmudecía a la rutina de las calles
desiertas y las ventanas cerradas. Las cadenas que ayer mecían a las
generaciones más jóvenes solo bailan ya sutiles a merced del viento, ese mismo
que corre entre tus dedos, entre las hojas lejanas de los chopos que acompañan
al sonido de los pájaros que sobre ti se posan. Las viejas porterías no
encajarán ya más balones en los meses venideros, ya no sentirá la tierra las
pisadas fuertes y enérgicas, ni escucharán las piedras los gritos de rabia y
risa.
Tus ramas volverán
al sosiego de los días que preceden al otoño y todo aquello quedará congelado,
suspendido en el invisible vaho de la rutina de puertas cerradas y calles
vacías, esperando que alguien al menos se acuerde de regresar, y volver a hacer
sonar las campanas de la iglesia, y vivir esos días de júbilo en los que
vuelven a estallar las carcajadas, los corros en el césped, los derrapes de las
bicis, los balones en el poste y en los que el silencio solo es un paréntesis
en el recuerdo lejano.
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