sábado, 1 de octubre de 2016

El epílogo del placer.

A veces la mente se esconde en los susurros inadvertidos del pensamiento, y observa cautelosa la sangre en las heridas, intentando prever que sucederá después. El imparable corazón bombea más de ese líquido vital, enviándolo más allá de su alcance. El metafórico escenario se transforma en punzantes dolores, dolores reales que uno siente en lo más profundo de su ser. La desdicha se apodera del cuerpo desganado que entonces comienza a vagabundear por los corredores de su existir. El recuerdo llega, reviven los momentos grandiosos, reavivan una llama que, para empezar, nunca debió estar allí. El candente fuego comienza a quemar, a romper las cuerdas que ataban nuestra moral, que mantenían lo poco que uno es. La miseria desborda el recipiente maldito y converge con el resto de nuestro universo, manchándolo de negro.
Son instantes que todo el mundo vive, que todo el mundo sufre, muchos en silencio.
Maldito placer que hace que el dolor se materialice, maldito dolor que desborda siempre al placer y le da la vuelta. Maldito ser humano, que solo ve lo que tiene delante, y se deja llevar. Maldito cuerpo inútil que siente dolor al golpearse, maldito espíritu inútil que siente dolor al ser golpeado.
Maldito momento en que uno decide dejar de sentir.


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