domingo, 12 de noviembre de 2017

A simple vista.

Tengo alma de curioso. Me gusta analizar todo aquello que veo, elucubrar sobre su origen, ir más allá de lo que mi ojo percibe e imaginar qué verán otros mirando lo mismo que yo, porque siento que así me acerco un poco más a la verdad oculta de las cosas, lo que subyace tras esa cáscara empírica, la pureza limpia de mi interpretación.
Es algo que hago inconscientemente, me gusta mirar un edificio y no solo ver un edificio, sino ver su interior, la gente que lo está habitando, imaginar que dentro están teniendo lugar las historias de tantas personas diferentes. ¿Cómo puede un simple cubo de cemento y ladrillos contener algo tan valioso? Me gusta ver esas cosas simples y sacarles el jugo, eso que tienen de único y especial.
Pero a veces el alma, cansada por el ajetreo de intentar comprender hasta el más mínimo escenario, necesita un instante de paz, un momento de inanición en el que simplemente se deje llevar por el color de un paisaje, el olor de un momento o la textura de un instante único e irrepetible…
A veces es necesario dejar todo ese ruido de lado, apartarlo por un momento y disfrutar de lo que se ve a simple vista.