lunes, 21 de marzo de 2016

Por fin.

He vagado por las frías calles del invierno y he visto la nada desahuciandolo todo. El solo espíritu de las almas que una vez creyeron que el azar era algo más que la más sórdida casualidad, corría inmóvil sobre la gruesa capa de hielo que aislaba el Cielo de la Tierra.
He sucumbido en pequeñas dosis al letargo de mi agonía, que se manifiesta día y noche en las pupilas de mi existencia. Solo yo. Solo solo. Solamente. He visto en los cristales la fina pátina de la vejez, el fino hilo de vida que algún día acabará también cayendo, subiendo al exterior, vencido por los golpes y el maltrato de un dueño que no cesa.
Pero al final es la esperanza, que siempre llega como un gran aluvión que todo lo arrastra, que a todo lo muerto excita, y a todo lo vivo invita a volver a renacer, la que llega presurosa en una pequeña bola de cristal, como advirtiendo un futuro mágico, una bienvenida carnal en un mundo de sentidos. Un estallido de una bomba que grita en su interior.
Por fin.