viernes, 11 de septiembre de 2015

El día cualquiera.

Era una mañana como otra cualquiera. Un día como otro cualquiera, de un año cualquiera. Pero para él no era un despertar cualquiera.
Él sentía, ese día más que cualquier otro, la calma que había estado buscando toda su vida. Se sintió por fin realmente feliz y realizado, pasase lo que pasase después. Sintió que todo el vacío y la soledad que había sentido durante los últimos diez años podría ser llenado con aquella mirada que le enterneció el alma.
Por dentro no dejaba de llorar. Lloraba porque sentía que le debía tanto, que le dio tanto que no podría devolverselo jamás. Pero lloraba de felicidad, porque nunca antes alguien había tenido la intencion de darle aquello que esta chica le estaba dando: ilusión, amor.
Sentía por dentro los momentos que gracias a ella se habían convertido en tan solo recuerdos, sintió la soledad de nuevo, rodeado de personas, la tristeza en los grandes momentos, la sensación de estar incompleto, de necesitar algo para ser feliz, algo que por fin había aparecido frente a él, con esa verde gracia.
Desde ese momento su vida cambió para siempre. Aquella mañana cualquiera, de aquel día cualquiera de un año cualquiera, fue el instante más importante de su vida.