domingo, 21 de julio de 2013

"Sin nada que hacer".

Hay días que te levantas y piensas: hoy va a ser un buen día. Esos días que miras desde abajo y piensas: hasta ahí arriba tengo que subir. Que empiezas bien, quedando con un amigo, la mañana ha sido buena, has hecho cosas, has despejado la mente y has salido a la calle y por un rato has disfrutado del verano. Son esos días en los que después de comer te dices a ti mismo: ahora descanso un poco y luego quedo con los demás. Y te tumbas en la cama, empiezas a pensar qué hacer, y te llega la inspiración y escribes un capítulo de un libro que llevas construyendo unos meses, y te enfrascas en el universo de la imaginación, sientes la tinta fluir por tus venas y escribes y escribes y cuando estas en medio de todo eso, suena tu teléfono. Por fin se deciden a quedar, piensas, y miras y ves que alguien ha propuesto algo, y la gente empieza a decir que no puede, primero es uno, luego alguien dice que si puede, luego otro tampoco puede, a uno no le apetece, y así van cayendo uno a uno hasta que al final se suspende todo y no sale nadie. Te tumbas en la cama suspirando y piensas: qué manera de desperdiciar el verano. Pero no buscas una solución, simplemente sigues tumbado en tu cama pensando en tus cosas, mientras ante tus ojos van pasando las horas y los días, hasta que ya no te queda tiempo que disfrutar y te maldices por desperdiciar un verano, por desperdiciar días y días tumbado en la cama "sin nada que hacer". Pero ya es tarde, y te impones una norma: desde hoy no voy a desperdiciar más veranos así. Una norma que ya habías escuchado antes, de tus propios labios, un año atrás.